La pregunta que hoy se hace el mundo, especialmente en los países occidentales es: ¿cuánto tiempo más tocará usar mascarillas después que termine la vacunación?, o acaso: ¿ha llegado para quedarse?
Las respuestas tienen dos aristas:
A. Por las desventajas como la incomodidad y las dificultades para respirar, es probable que se vaya. De hecho, el presidente Joe Biden se despidió de ellas, destacando el coraje que el pueblo estadounidense ha mostrado durante el año de pandemia y le agradeció que haya cumplido con su «deber patriótico» de vacunarse.
B. Por los beneficios obtenidos al usarla durante esta pandemia, es posible que no desaparezca por completo, al punto de que su utilización se reglamente para seguir extremando las precauciones de viajes en autobús, avión, tren u otros modos de transporte colectivo, así como cuando las personas estén en aeropuertos o estaciones de autobuses.
Antes de iniciarse la distribución de la vacuna, las mascarillas se encontraban entre las únicas “armas útiles” para detener el Sars-CoV-2, virus que causa el Covid-19.
Este elemento de protección individual tuvo que sortear serios obstáculos antes de ser admitido como una herramienta para frenar la epidemia.
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Funcionarios de la salud estadounidense desalentaron su empleo en las primeras semanas de la pandemia, argumentando su ineficacia. Incluso, después que dieron marcha atrás y comenzaron a estimular su uso, el expresidente Donald Trump minimizó su importancia al presentarse en televisión, en el primer debate presidencial contra Joe Biden, sin la mascarilla, estando contagiado.
Como ha podido establecer los Centros para el Control y Prevención de Enfermedades (CDC) de Estados Unidos, las mascarillas no solo proporcionan una barrera física contra gérmenes esparcidos en la atmósfera, sino que evitan que el usuario, a través del estornudo o por medio del habla, expulse microorganismos potencialmente infecciosos.
Y aunque las mascarillas no son perfectas, un estudio con datos de 300,000 personas publicado por la revista The Lancet pudo comprobar su efectividad cuando cubren nariz y boca. Con todo que la investigación no es prueba definitiva de su eficacia, lo cierto es que han hecho su trabajo.
El cubrebocas se convirtió en algo habitual en Asia Oriental hace dos décadas cuando apareció el Sras, síndrome causado por un coronavirus asociado al Sras-CoV. Este contagio registró el mayor número de casos en Japón, Corea del Norte y China antes de que se pudiera contener en el año 2003.
Los síntomas incluían fiebre, tos seca, dificultad para respirar y en su momento no existía un tratamiento, aparte de los cuidados personales, donde las mascarillas desempeñaron un papel fundamental.
En algunos países de Asia su empleo se generalizó debido a razones culturales y al acuciante problema de contaminación, especialmente durante temporadas de resfriados y gripe.
Cuando el Covid-19 apareció, a finales de 2019, los asiáticos ya estaban familiarizados con las mascarillas.
El hecho de que las vacunas certificadas por la Organización Mundial de la Salud sean altamente efectivas, no significa que las personas vacunadas dejen de usar este elemento de protección individual, y eso se debe a las nuevas variantes que han surgido del virus, porque las vacunas no son totalmente efectivos contra estas cepas.
Las mascarillas sí funcionan, independientemente de las variantes que puedan aparecer del virus. Que se queden o se vayan, por ahora es una decisión personal. Usted decide.